lunes, 23 de mayo de 2011

Las cosas pequeñas también se valoran.


Hace tiempo me leí un libro. Un magnífico libro, os lo recomiendo. El libro trataba de una niña demasiado lista para esta sociedad, la cual, ayudada de una portera con un pequeño secreto, aprende a apreciar el valor de las cosas pequeñas. Hace tiempo, quizá no me fijaría en el olor permanente de mi novio, en el sabor oculto del agua, en las llamas multicolores de una pequeña hoguera, en la textura de la pared o en el sonido que produce tu mano al acariciar mi mejilla.
Tendemos a no valorar las pequeñas cosas cotidianas que se nos presentan, y solo les damos importancia cuando se ausentan.
Jamás celebramos la salida del sol. Solo lo añoramos cuando no aparece en nuestras vacaciones.
Maldecimos la lluvia porque nos obliga a utilizar paraguas. Solo le damos importancia cuando la sequía nos consume.
Si no aprendemos a disfrutar de las pequeñas cosas cotidianas de la vida, que es lo que conocemos ¿Podremos ser capaces de disfrutar plenamente cuando se nos presente algo diferente?
La vida no consiste en esperar a que pase algo grandioso, sino en encontrar la felicidad en las pequeñas cosas de todos los días.

Anímate, vale la pena. No te fijes en que han construido un parque. Si no en las pequeñas gotas de rocío que ha dejado la mañana en él.

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