En alguna parte, en un
artículo de revista, leí que el 7% de los accidentes
automovilísticos quedaba sin explicar. No había fallos mecánicos,
ni excesos de velocidad, alcohol o mal tiempo. Simplemente, un coche
se estrellaba en alguna parte desierta del camino, y el conductor
moría, incapaz de explicar qué sucedió. El artículo incluía una
entrevista a un agente de policía que opinaba que muchos de esos
choques inexplicables se debían a la presencia de insectos en el
coche: avispas, arañas, polillas... El conductor se asusta e intenta
aplastar al insecto en cuestión, o bajar la ventanilla para dejarlo
salir. De este modo, pierde el control y ¡bang!, se acabó. Y el
insecto, por lo general ileso, se va zumbando alegremente de entre el
montón de restos, en busca de más tiernos pastos.
La historia de una vida secreta, donde contar que le conociste ya no tiene sentido, ni continuidad. Total, es siempre la misma historia. Crees que eres de roca, pero realmente estás hecha de barro. ¿Y a los meses? Hasta nunca. Pero aquí estamos, de nuevo, perdiendo el control por alguien que, en cualquier momento, se irá volando hacia otro destino. ¿Y tú? Desapareciendo de nuevo. Quemando el libro y buscando un folio en blanco. No volverá a pasar, dices. Cuéntamelo dentro de un tiempo.