Ya no puedo más. No puedo más, en serio. Esta sensación es totalmente insoportable, creí haberme acostumbrado hace tiempo, pero estaba equivocada. Todo es una mierda. Comenzando por el puto sonido del despertador, puta canción que se me clava en la cabeza y me provoca un mal humor permanente, como si tuviese una mosca en la oreja todo el maldito día. No soporto que suene cada día a las 7, no puedo vivir un solo día más con esta sensación de abatimiento, que provoca que lo primero que piense al despertarme es cómo evitar tener que levantarme.
Y me resigno, me siento en la cama, miro a mi alrededor y no siento nada, no veo nada. Y sé a ciencia cierta que todas esas fotos colgadas me hicieron sonreír cada mañana una vez, ¿y ahora? Nada. Frío, un frío que se cuela hasta el tuétano, un frío constante, un frío que duele. ¿Dónde cojones están todos los demás sentimientos que yo solía tener? ¿Dónde está la sonrisa con la que me levantaba y me acostaba? ¿Dónde están las malditas ganas de vivir?
Luego el autobús. Asqueroso autobús lleno de asquerosos niños drogados por sus madres cada mañana, que chillan, que hablan, que dan golpes, que me miran y se ríen, ignorando que en mi mente les estoy matando lenta y dolorosamente. Y la monitora y el conductor, que se empeñan en darme los buenos días aunque mi cara parezca encenizada y dé miedo mirarme.
Pero llega el cigarrillo, quince minutos de agradable charla con personas que no volveré a ver dentro de unos meses, quince minutos de matarme poco a poco, quince minutos de abstracción. Quince. Maldito número que me ha llevado a la ruina. Maldito sentimiento de amor no compartido, malditas ganas de darlo todo aún no recibiendo nada a cambio, maldita sensación de que me utiliza, malditas drogas.
Y lo siento, lo siento por todas aquellas personas que se preocupan aunque intente con todas mis fuerzas fingir que todo va bien, lo siento por todas esas personas que me quieren y solo reciben de mí seriedad y frases cortas con punto y final, lo siento por sentirme tan sola aún estando rodeada, lo siento por no ver lo que tengo, lo siento a todas aquellas personas a las que he empujado, chillado o insultado por no tener un buen día.
Más tarde llego a casa y me encierro en la habitación. Una habitación verde con una improvisada cenefa roja, una habitación a la que una vez intenté darle vida pero que sigue sin transmitirme nada. Maldito lugar cerrado en el que me paso la vida, en el que lloro cada noche, en el que planeo mi suicidio y más tarde lo rechazo, en el que me fumo el estrés y aún así me persigue. Y veo los libros, y la lista de cosas que tengo que hacer, y el calendario de exámenes, y los post-its, y... y..., y vuelvo a llorar. Pero lloro en silencio y la rabia se me acumula en la garganta, quiero chillar pero no puedo, quiero destrozarme los nudillos contra la puerta pero me reprimo.
Notas bajas, becas que no me conceden por mi pésima capacidad, preguntas tontas, tiempo perdido, y los platos que se amontonan en el fregadero, y la cocina que está sucia, y los sábado limpiar los baños, y un padre que no hace nada, y una hermana que tampoco, y una madre harta de nosotros, y yo... que tan solo quiero desaparecer, que se acabe el mundo, que nos convirtamos en polvo, que este estrés me lo quiten de una hostia, que llegue la calma, que lleguen los suspiros, soltarlo todo.