domingo, 9 de octubre de 2016

Aprendí del fallo pero lo repetí aposta.

Hoy ha sido uno de esos días en los que vacío mi habitación de ropa, papeles, zapatillas y objetos que guardo, a veces sin sentido, a veces con mucho más significado del que debería.

Mientras lo hacía, y echando una mirada atrás en el tiempo, me he dado cuenta de que todas y cada una de las veces que me dedico a esta tarea, significa mucho más que un simple arranque de limpieza. Pienso que vaciando mi cuarto y deshaciéndome de cosas ordenaré mi cabeza. Y no.

Es como la sutil diferencia entre estar ocupada o no tener absolutamente nada que hacer. Tengo pánico a ese momento en el que, de repente, todas las cosas que obviabas ocupando tu mente, aparecen de repente en una noche en la que te cuesta dormir más de lo normal. Y ya estás perdida.

Como una montaña rusa, hay días en los que te sientes en lo más alto y no miras hacia abajo. Otros, sin embargo, te encuentras tan abajo que desaparece el apetito. Pero lo peor es cuando bajas de la atracción y ves que no es para tanto, que te volverás a subir, y que volverá a pasar lo mismo. Tropezar con la misma piedra es una condición humana. 

Y es que no existen culpables en esto del amor. Aunque ni si quiera lo considere amor. Pero una cosa tengo clara, y es que no voy a volver a culparme, a dañarme pensando que siempre soy yo la que da el paso que conlleva al error. Quizá todo venga de antes, o quizá todo haya llegado ahora. 

Puede que parezca que esté loca, sí. Me encanta reírme por nada y sé que me comporto de una forma que poca gente aguanta a veces, pero no quiero cambiar. De vez en cuando, cuando miro por la ventana, sueño con irme lejos, lejos de donde ya creo que nadie me entiende, que nadie va a poder comprenderme nunca.

Es como lanzarse desde un edificio, sabes que vas a terminar muriendo, pero aún así disfrutas del cosquilleo.